¿Vivimos o sobrevivimos?, estando inmersos en la Cultura de la Prisa
“La gente vive para el presente, con mucha prisa y de una forma irresponsable: y a eso le llama ‘libertad’.” (Friedrich Nietzsche, filósofo, poeta, músico y filólogo alemán). “Nuestra cultura nos inculca el miedo a perder el tiempo, pero la paradoja es que la aceleración nos hace desperdiciar la vida”. (Carl Honoré, historiador y periodista, en su libro “Elogio de la lentitud”).
La Cultura de la Prisa.
‘Vivimos siempre en el carril rápido y hemos creado una cultura de la prisa donde buscamos hacer cada vez más cosas con cada vez menos tiempo’. Somos esclavos de los horarios, del ruido, del consumo, de la hipoteca y de lo que se espera de nosotros, y eso equivale simplemente a sobrevivir, no a vivir consciente y responsablemente. En este sentido, el consumismo, inherente a la cultura occidental, es otro poderoso incentivo para ir rápido. Ya dijo Alexis de Tocqueville que ‘quien se interesa exclusivamente por la búsqueda del bienestar mundano siempre tiene prisa, pues sólo dispone de un tiempo limitado a su disposición para asirlo y disfrutarlo’. Hoy, con el mundo entero como gran escaparate, este análisis es más cierto que nunca y la gente recurre a la tecnología porque piensa que le ahorrará tiempo, pero ‘la tecnología es un falso amigo. Incluso cuando ahorra tiempo, estropea el efecto al generar toda una serie de deberes y deseos’. Un problema añadido es que, como el cerebro humano está condicionado para la velocidad, nos acostumbramos a ella, de modo que nuestra relación con el tiempo es cada vez más difícil y disfuncional. ‘El hábito de la velocidad alimenta una necesidad constante de más rapidez’. Y nada mejor refleja esta idea que nuestro todopoderoso automóvil, identificado como uno de los principales enemigos de la filosofía slow que, más que cualquier otro invento, expresa y alimenta nuestra pasión por la velocidad. ‘En el mundo real, la velocidad es la forma más corriente de desobediencia civil […] Personas que jamás pensarían en violar la ley tienen la costumbre de hacer una excepción cuando se trata de correr en el coche’.
Hemos generado una especie de dictadura social que no deja espacio para la pausa, para el silencio, para todas esas cosas que parecen poco productivas. Un mundo tan impaciente y tan frenético que hasta la lentitud la queremos en el acto. ‘La velocidad ha contaminado todas las esferas de nuestras vidas, como si fuera un virus: nuestra forma de comer, de educar a los hijos, las relaciones, el sexo… hasta aceleramos el ocio. Vivimos en una sociedad en que nos orgullecemos de llenar nuestras agendas hasta límites explosivos’. En efecto, las antiguas civilizaciones utilizaban los calendarios para saber cuándo plantar y cosechar, la vida obedecía a los dictados del tiempo natural. Pero cuando empezamos a dividirlo, pasó a dominarnos y nos convertimos en esclavos del horario. Benjamin Franklin bendijo el matrimonio entre el beneficio y la prisa con un aforismo que hoy sigue en plena vigencia: ‘el tiempo es oro’; nada reflejaba mejor la nueva mentalidad que pagar por horas en vez por producto. En este sentido, la precisa medición del tiempo ha permitido la extensión de la industrialización y la urbanización, de modo que podemos decir claramente que ‘el reloj es el sistema operativo del capitalismo moderno’, lo que posibilita todo lo demás: reuniones, fechas límite, contratos, procesos de fabricación, horarios, transporte, turnos de trabajo, etc. Por fin, con el despertador y el reloj portátil, la puntualidad recibió un formidable refuerzo y se pudo determinar el tiempo exacto asignado a cada tarea para buscar la máxima eficiencia.
Las diferencias con respecto a nuestra relación con el tiempo son, en buena parte, culturales. Para Occidente el tiempo es lineal, un recurso finito y precioso cuyo aprovechamiento ha llegado a convertirse en una obsesión con el cristianismo (utilizar bien el tiempo) y la industrialización (culto a la eficiencia). Para otras tradiciones, como la hindú, la china o la budista, el tiempo es cíclico, va y viene, nos rodea de una manera constante. Esto significa que, para que la filosofía slow pueda avanzar en la cultura occidental, sus partidarios han de desarraigar el profundo prejuicio que existe contra la idea de ir más despacio; lento sigue siendo una palabra fea en muchos ámbitos, sinónimo de torpe, lerdo o perezoso, y es que, aunque mucha gente quiera cambiar su ritmo, la sociedad le envía constantemente un bombardeo de mensajes que aseveran que la velocidad es Dios. ‘En nuestra cultura hiperactiva, en la que prima la rapidez, una vida acelerada al máximo sigue siendo el trofeo más importante que uno puede exhibir’.
‘Tal es la carencia de tiempo para realizar nuestras excesivas ocupaciones que descuidamos a los amigos, la familia y los socios. Apenas sabemos disfrutar de las cosas, porque siempre estamos poniendo nuestra atención en lo siguiente’. Todos/as sabemos que nuestras vidas son demasiado frenéticas y queremos ir más despacio, por eso cada vez hay más personas que tratan de tomarse las cosas con calma, vivir la vida de otra manera, reducir una marcha, incluso entregarse al placer de la contemplación… son hombres y mujeres que, sin saberlo, forman parte de un movimiento a nivel mundial no reconocido, no estructurado, pero que va tomando forma de cruzada global contra el estrés y la prisa: el ‘movimiento slow’*, que resalta además la importancia de tener una actitud más reflexiva sobre lo que nos rodea, ya que ‘la velocidad es una manera de no enfrentarse a lo que le pasa a tu cuerpo y a tu mente, de evitar las preguntas importantes’, preguntas que uno no se hace porque quizás no le guste las respuestas, porque quizás es mejor tener permanentemente la cabeza ocupada constantemente que reflexionar sobre los problemas que tenemos o que nos rodean.
*”El ‘movimiento slow’, o ‘movimiento lento’ (‘Slow Movement’), es una corriente cultural que promueve calmar el ritmo de vida de las personas. Propone tomar el control del tiempo en vez de someterse a su tiranía, dando prioridad a las actividades que redundan en el desarrollo de las personas, encontrando un equilibrio entre la utilización de la tecnología orientada al ahorro del tiempo y el tomarse el tiempo necesario para disfrutar de actividades como pasear o socializar. Los ponentes de este movimiento creen que, aunque la tecnología puede acelerar el trabajo, así como la producción y distribución de comida y otras actividades humanas, las cosas más importantes de la vida no deberían acelerarse.” (“Wikipedia. Movimiento lento”).
Hemos pasado de un mundo donde el grande se comía al chico a otro donde el rápido se come al lento. La importancia de la rapidez en la vida económica es infernal. Todo objeto inanimado, o ser viviente que se interpone en nuestro camino se convierte en enemigo (en el caso de los automóviles este fenómeno ha llegado hasta límites groseros) y poco a poco hemos ido perdiendo la capacidad de esperar. ‘La cultura de la gratificación instantánea es muy peligrosa’. Con todo esto, es evidente que ‘el movimiento slow implica un cuestionamiento del materialismo sin trabas que dirige la economía global’, por lo que muchos opinan que no podemos permitírnoslo (o que es privilegio de los ricos). Cierto es que algunas manifestaciones no son apropiadas para todos los presupuestos (medicina alternativa, comida ecológica), pero la mayor parte sí (pasar más tiempo con amigos y familia, caminar, cocinar, meditar, hacer el amor, leer). ‘Resistirse al impulso de ir más rápido, es gratuito’.” (“Menos es Más. Carl Honoré: Estamos atrapados en la cultura de la prisa y de la falta de paciencia”).
“Los 10 signos de la prisa-enfermedad.
- Estás en un estado constante de estrés y preocupación.
- Sientes que todo en la vida es apremiante y urgente.
- Nunca paseas casualmente por ningún lado.
- Conduces como un murciélago salido del infierno.
- Comes una comida, como si no lo hubieras hecho durante semanas.
- Escuchas de las personas más cercanas a ti: ‘Siempre pareces estar en otro lugar en tu mente en lugar de estar completamente presente conmigo’.
- Siempre estás realizando múltiples tareas.
- Te sientes culpable por tomar descansos y no hacer nada.
- Duermes constantemente menos de siete horas por noche y te sientes culpable, o como si estuviera perdiendo el tiempo cuando duerme más.
- Preferirías hacer otra cosa, que esperar en un semáforo en rojo, o estar en una fila en la tienda.
Entonces, si más de cuatro o cinco de estos signos son ciertos en ti, de manera regular, tienes la enfermedad y es grave.” (“Biblia. Work. La enfermedad de la prisa: una epidemia en nuestra cultura”).
La prisa nos aleja de nosotros mismos.
“La prisa se ha convertido en una condición sine qua non de la modernidad, de manera que nuestra vida suele transcurrir en un frenesí de actividades supuestamente imparables, ineludibles e inalienables. En ese mundo, la pausa es un lujo. Demorarse, una virtud perdida en los recovecos de la memoria. Y mientras centramos nuestra mirada en el hacer, nos olvidamos del ser. La velocidad con que vivimos no es más que una ilusión sustentada en la creencia de que nos ahorra tiempo cuando en realidad la prisa y la rapidez lo aceleran. Vivimos en un estado permanente de estimulación violenta y compleja de los sentidos, que nos hace progresivamente menos sensibles y, así, más necesitados de una estimulación aún más violenta.
Anhelamos la distracción, un panorama de visiones, sonidos, emociones y excitaciones en el que debe amontonarse la mayor cantidad de cosas posible en el tiempo más breve posible No nos percatamos que, mientras corremos de un lado a otro nos perdemos la vida. Así caemos en una contradicción: cuanto más pretendemos aferrar la vida a través de la aceleración, más se nos escapa. Víctimas de la prisa, no tenemos tiempo para mirar dentro, nos desdoblamos para funcionar en modo automático y poder con todo. Y esa forma de vivir se convierte en un hábito tan arraigado que no tardamos en desconectarnos de nuestro ‘yo’. Nietzsche lo resumió magistralmente: ‘la prisa es universal porque todo el mundo está huyendo de sí mismo’. Cualquier intento de volver a reconectar, impulsado por la calma y la demora, nos atemoriza, por lo que buscamos refugio en la prisa, inventamos nuevas cosas que hacer, nuevos compromisos por cumplir, nuevos proyectos en los cuales enrolarnos, con la esperanza de que nos devuelvan al estado de sopor preconsciente, porque no sabemos qué vamos a encontrar en ese ejercicio de introspección, no sabemos si la persona en la que nos hemos convertido nos gustará. Y eso asusta, mucho.
La introspección exige demora.
No es fácil desaprender algunos de los hábitos que hemos desarrollado. Víctimas de la impaciencia, consumidos por el incesante tic-tac del reloj, hemos aprendido a llenar nuestra agenda y sentirnos orgullosos de ello. Condensamos experiencias en el menor tiempo posible para hacer más, como si la vida se resumiera a una competición, en la que gana quien complete más tareas. Sin embargo, si nos detenemos apenas un segundo y lo pensamos bien, la prisa en la que vivimos no responde casi nunca a cosas realmente importantes y urgentes, sino que se debe a los requerimientos de un modo de vida que intenta por todos los medios mantenernos distraídos y ocupados la mayor cantidad de tiempo posible.La prisa actual consiste en llenarnos la vida con actividades febriles y velocidad, de manera que no quede tiempo para afrontar las verdaderas cuestiones, lo esencial.” (“Cultura Inquieta. ‘Que la prisa por hacer no nos impida ser’. Sobre el gran consejo de Nietzsche”).
Y qué tal, si en lugar de decir tiempo, decimos vida. Las horas-tiempo, son en realidad horas-vida. En cada actividad que realizamos no pasamos tiempo, que éste es una creación y convención humana; lo que en realidad consumimos, es vida ¿En qué y cómo estamos dispuestos a utilizar la vida?, en prisas y pasatiempos, o realmente en vivirla.
Eduardo Flores Zazueta
Un comentario en "¿Vivimos o sobrevivimos?, estando inmersos en la Cultura de la Prisa"
Muchas gracias por tan exhaustiva investigación Quién este retiro personal de 40 ds con jugué Todas tus aspiraciones como ser humano Te mando un gran Abrazo