¿Existe la muerte o es una transición?

¿Existe la muerte o es una transición?

“La ciencia médica define la muerte como el ‘cese irreversible de las funciones cardiorrespiratorias o de todas las funciones del encéfalo’. Para la biología, es un suceso resultante de la incapacidad orgánica de sostener la homeostasis; que consiste en la incapacidad de utilizar la energía necesaria para mantener al organismo vivo, con lo cual las funciones vitales llegan a su término. Dada la degradación del ácido desoxirribonucleico (ADN) contenido en los núcleos celulares, la replicación de las células se hace cada vez más costosa, hasta que se produce el desenlace fatal.” (“Wikipedia. Muerte”).

“La anastasis, es la continuada existencia del alma. Literalmente, anastasia significa: levantamiento, resurgimiento, resurrección; de ahí la supervivencia del alma después de la muerte del cuerpo. […] Lo que llamamos ‘muerte’ es un nacimiento a otra vida superior, más amplia; un retorno a la verdadera patria del alma, tras un breve destierro en la tierra, el paso desde la prisión del cuerpo a la libertad del aire de lo alto. La muerte, en fin, es el tránsito de la vida objetiva, material, a la vida subjetiva, esto es, a la verdadera vida del alma. Nada, pues, más ilógico, más absurdo, que ese aparato fúnebre, tétrico, con que se suele revestir la muerte en nuestros tiempos excesivamente materialistas.” (Págs. 37 y 536. “Glosario Teosófico. H.P. Blavatsky).

Si la muerte es tan natural, ¿por qué no se acepta?

“Para la biología la muerte es un fenómeno absolutamente natural que se define negativamente en relación a la vida como ‘cesación’ de la misma. Ahora bien, cuando el experimentarse vivo equivale a experimentarse siendo, la muerte se presenta como cesación del ser. Es precisamente en esta dimensión del tener que morir humano donde la biología y los ensayos que consideran la muerte en su sola ‘naturalidad’, encuentran un límite. Por de pronto, no se asume la historicidad del morir: la inevitabilidad de la muerte no es un acontecimiento desligado, sino que se refiere a un sujeto que es capaz de experimentarse como libre, esto es, como sujeto de una historia, a la vez que como ser constantemente amenazado por un destino de no-ser. La muerte pone en cuestión el sentido que pueda tener la vida humana.

La etnología y la psicología han analizado a fondo y en sus más diversas implicancias este deseo de vivir. Para los primitivos, la muerte, a pesar de la proximidad permanente e inmediata con que se la experimenta, no tiene nada de natural, sino que constituye una ‘anomalía’ que es necesario explicar a través del mito. Freud, por su parte, afirma que, en el fondo, ‘nadie cree en su propia muerte’ o, lo que es lo mismo, ‘en lo inconsciente todos estamos convencidos de nuestra inmortalidad’, con lo cual pone de manifiesto el rechazo o el sempiterno horror a morir del hombre. La muerte no es para el hombre un desenlace normal y natural, por más que sepa que se trata de una ‘ley de la vida’. Psicológicamente se constata una ‘paradojal actitud de negación ante la muerte del ser humano … la paradoja se constituye como la imposibilidad de aceptar nuestra muerte en nuestro inconsciente, a pesar de que nuestro aparato perceptivo nos informa continuamente de la absoluta realidad e inevitabilidad del suceso’.

El que la muerte no constituye para el hombre un fenómeno natural, no es un fenómeno constatado tan solo por la psicología y la etnología. El rechazo a la muerte no proviene de un apego meramente animalesco a la vida en cuanto proceso vegetativo y sensitivo, sino que se funda en la experiencia que el hombre hace de sí como ser libre. Siendo la libertad un momento necesario y fundante del ser del hombre, la muerte, entonces, no cabe. Morir equivale a no-ser, a dejar de ser, y la libertad -en cuanto dimensión propia de la existencia humana- consiste en estar abierto infinitamente y sin límites en el ser. Al experimentarse como libre, el hombre transgrede la necesidad natural de morir. Cuando ama, la incongruencia de la muerte es todavía más nítida. Recordemos la afirmación de Gabriel Marcel: ‘Amar a un ser es decirle: tú no morirás’. Porque piensa y ama, el hombre se experimenta en el ser con una conveniencia a la que repugna el definitivo dejar de ser: la muerte. El que muere es un ser que al morir deja de ser, habiéndose experimentado con un ansia infinita de vida y con una apertura definitiva y permanente a ella.

Para la vida del hombre, la muerte es un absurdo y un sinsentido. En realidad, en sí misma la muerte del hombre no tiene sentido, no es más que ‘dejar de ser’. Cuando alguien muere pierde la capacidad de relacionarse con el mundo exterior y nada me permite pensar que ello no sea, para la persona, más que la expresión de la pérdida de relación consigo misma y, por tanto, de dejar de ser.” (“SciElo. Vida y muerte: una reflexión teológico-fundamental”. Juan Noemi C.).

La pervivencia de la consciencia individual.

La Dra. Elisabeth Kübler-Ross, fue una psiquiatra y escritora suizo-estadounidense. Con sus estudios e investigaciones se inició la Tanatología; palabra que proviene del griego thánatos, muerte y logos, tratado, y que consiste en el estudio interdisciplinario del moribundo y de la muerte. Respecto al proceso del fallecimiento, en su libro “La Rueda de la Vida”, escribió lo siguiente: “Hasta entonces yo nunca había creído que existiera una vida después de la muerte, pero todos esos casos me convencieron de que no eran coincidencias ni alucinaciones. Una mujer, a la que declararon muerta después de un accidente de coche, dijo que había vuelto después de haber visto a su marido. Más tarde los médicos le dirían que su marido había muerto en otro accidente de coche al otro lado de la ciudad. Un hombre de algo más de treinta años se suicidó después de perder a su mujer e hijos en un accidente de coche. Pero cuando estaba muerto, vio que su familia estaba bien y regresó a la vida. Los sujetos no sólo nos decían que esas experiencias de muerte no eran dolorosas sino que explicaban que no querían volver. Después de ser recibidos por sus seres queridos o por guías, viajaban a un lugar donde había tanto amor y consuelo que no deseaban volver; allí tenían que convencerlos de que regresaran. ‘No es el momento’ era algo que oían prácticamente todos. Recuerdo a un niño que hizo un dibujo para poder explicar a su madre lo agradable que había sido su experiencia de la muerte. Primero dibujó un castillo de vivos colores y explicó: ‘Aquí es donde vive Dios’. Después dibujó una estrella brillante: ‘Cuando miré la estrella, me dijo, ‘Bienvenido a casa’.

Esos extraordinarios hallazgos condujeron a la conclusión científica aún más extraordinaria, de que la muerte no existe en el sentido de su definición tradicional. Pensé que cualquier definición nueva debía trascender la muerte del cuerpo físico; debía tomar en cuenta las pruebas que teníamos de que el hombre posee también alma y espíritu, un motivo superior para vivir, una poesía, algo más que la mera existencia y supervivencia física, algo que continúa. Los moribundos pasaban por las cinco fases, pero ‘una vez que hemos hecho todo el trabajo que nos ha sido encomendado al enviarnos a la Tierra, se nos permite desprendernos del cuerpo, que nos aprisiona el alma como el capullo envuelve a la mariposa, y…’, bueno, entonces la persona tiene la más maravillosa experiencia de su vida. Sea cual fuere la causa de la muerte, un accidente de coche o un cáncer (aunque una persona que muere en un accidente de avión o en un incidente similar, repentino e inesperado, podría no saber inmediatamente que ha muerto), en la muerte no hay dolor, miedo, ansiedad ni pena. Sólo se siente el agrado y la serenidad de una transformación en mariposa.

Según los relatos de las personas entrevistadas que compilé, la muerte ocurre en varias fases distintas:

  • Primera fase. Las personas salían flotando de sus cuerpos. Ya fuera que hubieran muerto en la mesa del quirófano, en accidente de coche o por suicidio, todas decían haber estado totalmente conscientes del escenario donde estaban sus cuerpos. La persona salía volando como la mariposa que sale de su capullo, y adoptaba una forma etérea; sabía lo que estaba ocurriendo, oía las conversaciones de los demás, contaba el número de médicos que estaban intentando reanimarla, o veía los esfuerzos del equipo de rescate para sacarla de entre las partes comprimidas del coche. Un hombre dijo el número de matrícula del vehículo que chocó contra el suyo y después huyó. Otros contaban lo que habían dicho los familiares que estaban reunidos alrededor de sus camas en el momento de la muerte. En esta primera fase, experimentaban también la salud total. En realidad, de lo único de que se quejaban las personas con quienes hablé era de no haber continuado muertas.
  • Segunda fase. Las personas que ya habían salido de sus cuerpos, decían haberse encontrado en un estado después de la muerte, que sólo se puede definir como espíritu y energía. Las consolaba descubrir que ningún ser humano muere solo. Fuera cual fuese el lugar o la forma en que habían muerto, eran capaces de ir a cualquier parte a la velocidad del pensamiento [“de 4,000 trillones de Kms. por segundo, que excede con 16 ceros la velocidad de la Luz”, escribió el Maestre Serge Raynaud de la Ferrière, en “Los Grandes Mensajes”]. Algunas, al pensar en lo apenados que se iban a sentir sus familiares por su muerte, en un instante se desplazaban al lugar donde estaban éstos, aunque fuera al otro lado del mundo. Otros recordaban que mientras los llevaban en ambulancia, habían visitado a amigos en sus lugares de trabajo.
  • Tercera fase. Guiadas por sus ángeles de la guarda, estas personas pasaban a la tercera fase, entrando en lo que por lo general describían como un túnel o una puerta de paso, aunque también con otras diversas imágenes, por ejemplo un puente, un paso de montaña, un hermoso riachuelo, en fin, lo que a ellas les resultaba más agradable; lo creaban con su energía psíquica. Al final veían una luz brillante.
  • Cuarta fase. Según los relatos, en esta fase se encontraban en presencia de la Fuente Suprema. Algunos la llamaban Dios, otros decían que simplemente sabían que estaban rodeados por todo el conocimiento que existe, pasado, presente y futuro; un conocimiento sin juicios, solamente amoroso. Aquellos que se materializaban en esta fase ya no necesitaban su forma etérea, se convertían en energía espiritual, la forma que adoptan los seres humanos entre una vida y otra y cuando han completado su destino. Experimentaban la unicidad, la totalidad o integración de la existencia.
  • Quinta fase. En ese estado la persona hacía una revisión de su vida, un proceso en el que veía todos los actos, palabras y pensamientos de su existencia. Se le hacía comprender los motivos de todos sus pensamientos, decisiones y actos y veía de qué modo éstos habían afectado a otras personas, incluso a desconocidos; veía cómo podría haber sido su vida, toda la capacidad en potencia que poseía. Se le hacía ver que las vidas de todas las personas están interrelacionadas, entrelazadas, que todo pensamiento o acto tiene repercusiones en todos los demás seres vivos del planeta, a modo de reacción en cadena.” (Págs. 106-108. Op. cit.).

Parábola budista sobre la muerte: “El grano de mostaza”.

“Krisha Gotami, fue una joven que tuvo la buena fortuna de vivir en la época de Buda. Cuando su hijo primogénito contaba cosa de un año, cayó enfermo y murió. Agobiada por la pena, con el cuerpecito en brazos, Krisha Gotami vagaba por las calles suplicándole a todo el mundo un remedio que le devolviera la vida a su hijo. Algunas personas pasaban por su lado sin hacerle caso, otras se reían de ella, y aun otras la tomaban por loca, pero finalmente dio con un sabio que le dijo que la única persona del mundo que podía realizar el milagro que ella pretendía era Buda.

Así pues, fue en busca de Buda, depositó el cadáver de su hijo ante él y le expuso su caso. Buda la escuchó con infinita compasión, y luego respondió con amabilidad:

—Sólo hay una manera de curar tu aflicción. Baja a la ciudad y tráeme un grano de mostaza de cualquier casa en la que no haya habido jamás una muerte.

Krisha Gotami experimentó un gran alivio y se dirigió a la ciudad de inmediato. Cuando llegó, se detuvo en la primera casa que vio y explicó:

—Me ha dicho Buda que vaya y busque un grano de mostaza de una casa que nunca haya conocido la muerte.

—En esta casa ha muerto mucha gente —le replicaron.

Fue a la casa de al lado.

—En nuestra familia ha habido incontables muertes —le dijeron.

Y lo mismo en la tercera y en la cuarta casa, hasta que por fin hubo visitado toda la ciudad y comprendió que la condición de Buda no podía cumplirse. Llevó el cuerpo de su hijo al osario y se despidió de él por última vez, y a continuación volvió a Buda.

—¿Has traído el grano de mostaza?

—No —respondió ella—. Empiezo a comprender la lección que intentas enseñarme. Me cegaba la pena y creía que yo era la única que había sufrido a manos de la muerte.

—¿Por qué has vuelto? —le preguntó Buda.

—Para pedirte que me enseñes la verdad de lo que es la muerte, de lo que puede haber detrás y más allá de la muerte y de lo que hay en mí, si algo hay, que no ha de morir.

Buda empezó a enseñarle:

—Si quieres conocer la verdad de la vida y la muerte, debes reflexionar continuamente sobre esto: en el universo sólo hay una ley que no cambia nunca, la de que todas las cosas cambian y ninguna cosa es permanente. La muerte de tu hijo te ha ayudado a ver ahora que el reino en que estamos, el samsara, es un océano de sufrimiento insoportable. Sólo hay un camino, y uno solo, para escapar del incesante ciclo de nacimientos y muertes del samsara, que es el camino a la liberación. Puesto que ahora el dolor te ha preparado para aprender y tu corazón se abre a la verdad, te la voy a mostrar. Krisha Gotami se arrodilló a sus pies y siguió a Buda durante el resto de su vida. Se dice que cuando su vida llegaba a su fin, alcanzó la Iluminación.” (Págs. 51-52. “El libro tibetano de la vida y de la muerte”. Sogyal Rimpoché).

La anastasis celular.

En estudios recientes, se ha demostrado que es posible la resurrección celular. “En 2012 los hermanos Tang y colaboradores observaron cultivos de células de órganos y tumores expuestas a un agente inductor de apoptosis (etanol), la mayoría ya con cambios morfológicos y bioquímicos de apoptosis avanzada. Y advirtieron que, si se lavaba el etanol con medio de cultivo fresco, el proceso se detenía y que células al borde de la muerte revivían. Los signos de apoptosis avanzada son: fragmentación mitocondrial, activación de caspasa 3, la enzima proteolítica ejecutora de la apoptosis, y daño del ADN. Una forma de muerte celular, apoptosis [que es el proceso de muerte celular programada, también conocida como suicidio celular], con un final que se creía decidido e irreversible, era reversible. Buena noticia. Observaron también que algunas células adquirían cambios genéticos permanentes y transformación oncogénica con frecuencia mayor que los controles. Al fenómeno decidieron llamarlo anastasis. ‘Proponemos llamar a este proceso anastasis, palabra griega que significa alzarse a la vida (rising to life), un contraste apto con la palabra apoptosis, palabra griega que significa caer en la muerte (falling to death)’.” (“Medicina Buenos Aires. Anastasis. Resurrección celular”).

Si es posible la “inmortalidad” celular, no crees que es mucho más lógico el pensar, que tenemos un espíritu que es inmortal y que nuestra existencia realmente tiene un propósito. Por ello, la muerte no equivale al final de todo: es el tránsito a otro estado superior de consciencia.

Eduardo Flores Zazueta

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